lunes, 17 de agosto de 2009

El Bizco Enamorado


Hay personas que tienen cierta prevención contra los cojos. Los creen malos, incapaces de una buena acción. Sin embargo, hoy he descubierto que un cojo es una torta y pan pintado junto a un bizco, sobre todo si se trata de un bizco enamorado.
Iba sentado hoy en el tranvía cuando al volver la vista tropecé con una pareja constituida por un robusto bizco, con lentes de armadura de carey y una moza rubiona, cara de pseudo estrella cinematográfica (hay que ver que la pseudo estrellas que han salido en estos tiempos de perdición). La moza tenía uno de esos ojasos que dicen “me gustan todos, todos menos el que llevo al lado”. El bizco robusto la trabajaba de conversación. Era el novio, se veía a la legua, la moza rubiona escuchaba semiaburrida y mi bizco dale que dale. Yo pensaba de paso: “Te adornará la frente, querido bizco” y no podía menos que acusarme de mal pensado, porque…aunque digamos díganme ustedes, debe haber millares de cristianos con los dos ojos derechos para ir a elegir uno cuyo ojo está como clavado en un vértice de la órbita.
El bizco hacía su trabajo amoroso con el ojo estropeado. Con el otro vigilaba a los pasajeros que se mordían para no sonreír y nadie podía sustraerse a la emoción curiosa que le producía ese fulano, bien peinado, bien bañado que esgrimía su “bizquera” como una tremenda arma de combate destinada a enternecer a corazón de la rubiona.
Porque no hay vuelta. El bizco la trabajaba con su ojo tuerto. Yo no sé de que músculo o nervio se valía para mover el mentado ojo, pero por momentos tenia la sensación de que el bizco le metía ojo en la nariz de la moza, luego paseaba su mirada sobre la concurrencia masculina, aspiraba profundamente el viento, e infatigablemente, sorbido que había el aire, volvía a la carga con tal denuedo, que la moza, elevando impaciente sus pupilas en el ojo tuerto, permanecía como hipnotizada durante un minuto, luego paseaba su mirada sobre la concurrencia masculina, con mas delectación que la que debe permitirse una mujer que va a maridar.
El bizco no por eso se daba por vencido, sino al contrario, en los desairasen de la rubiona encontraba aliciente para hacer girar la ortofónica de su chamuyo (me ha salido una frase tipo nueva sensibilidad) y esa lata eterna, con el sujeto que momentos parecía embestir con la nariz y rasgarle la cara a la muchacha con el ojo tuerto, no podía ser mas grotesca y patética. Y no había un solo pasajero en el tranvía que no pensara:
“Te adornará la frente, querido bizco”.
El amor no es compatible con la bizquera. No pude serlo. No lo será jamás. Un bizco comienza por ver torcidas las cosas, menos las que afectivamente lo están. Un bizco no puede hablar de la luna, de las estrellas y de las flores, porque su tendencia a hablar de estas bellezas es poner los ojos en blanco, y cuando bizco pone los ojos en blanco los remueve furiosamente, como un toro que lo llevan matadero, convirtiendo lo romántico de la situación en algo así como un melodrama por secciones.
Un tuerto puede ser alegre o no, un bizco no. Un bizco es siempre suspicaz. Un bizco no pude ser amado, porque por insensible que una mujer sea, se resiste a ese espectáculo de un ojo a travesado que la espía como un foco infernal.
Un bizco tiene tendencia al drama, a la tragedia en cuatro columnas, a la matanza pública o en privado con una ametralladora, sable y cuchillo. Un bizco es más celoso que un turco y si no es celoso no es bizco, es entones un bizco apócrifo, un bizco imposible, un bizco absurdo.
De vez en cuado el bizco ponía cara amenazadora, examinaba los buenos mozos del tranvía y parecía decirles:
“Cuando me case con esta moza la pondré bajo llave”. Luego levantaba la nariz, aspiraba aire con un elefante y volvía a la carga, y otra vez dale que dale, como si se encontrara frente al Verdún del feminismo, al que había que demoler con cañonazos de lata.
Indudablemente, un bizco enamorado es un espectáculo melodramático y tragicómico, sobre todo si se la tira de sentimental y gasta gafas y se peina con gomina. Por eso todos los tripulantes de ese tranvía nos mirábamos como si de pronto nos hubieran trasladado a un centro recreativo, mientras la moza rubiona miraba en derredor como diciendo:
“Dejen que vayamos al Civil, y luego verán como lo meto en vereda”

Fuente:
"Aguafuertes Porteñas"
Crónicas del diario "El Mundo"
Roberto Arlt

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