jueves, 25 de junio de 2009

Los tomadores de sol del Botanico.


Los tomadores de sol en el Botanico.
Roberto Arlt - en "Aguasfuertes Porteñas"


La tarde de ayer lunes fue espléndida. Sobre todo para la gente que nada tenía que
hacer. Y más aún para los tomadores de sol consuetudinarios.
Gente de principios higiénicas y naturistas, ya que se resignan atener los botines rotos
antes que perder su bañito de sol. Y después hay ciudadanos que se lamentan de que no haya
hombres de principios.. Y estudiosos. Individuos que sacrifican su bienestar personal para
estudiar botánica y sus derivados, aceptando ir con el traje hecho pedazos antes de perder tan
preciosos conocimientos.
Examinando la gente que pulula por el Jardín Botánico, uno termina por plantearse
este problema: "`
¿Por qué las ciencias naturales poseen tanta aceptación entre sujetos que tienen
catadura de vagos? ¿Par qué la gente bien vestida no se dedica, con tanto frenesí, a un estudio
semejante, saludable para el cuerpo y para el espíritu? Porque esto es indiscutible: el estudio
de la botánica engorda. No he visto a un bebedor de sol que no tenga la piel lustrosa, y un
cuerpazo bien nutrido y mejor descansado.
¡Qué aspecto, que bonhomía! ¡Qué edificación ejemplar para un señor que tenga
tendencias al misticismo! Porque, no dejarán de reconocer ustedes, que una ciencia tan infusa
como la botánica debe tener virtudes esenciales para engordar a sujetos que calzan botines
rotos.
De otro modo no se explicaría. Cierto es que el reposo debe contribuir en algo, pero
en este asunto obra o influye algún factor extraño y fundamental. Hasta los jardineros tienden
a la obesidad. El portero -los porteros están bien saciados-, los subjardineros ya han adquirido
ese aspecto de satisfacción íntima que producen las canonjías municipales, y hasta los gatos
que viven en las alturas de los pinos impresionan favorablemente por su inesperado grosor y
lustroso pelaje.
Yo creo haber aclarado el misterio. La gente que frecuenta el Jardín Botánico está
gorda por la influencia del latín.
En efecto, todos los letreros de los árboles están redactados en el idioma melifluo de
Virgilio. Al que no está acostumbrado, se le embarulla el cráneo. Pero los asiduos visitantes
de este jardín, deben estar ya acostumbrados y sufrir los beneficios de este idioma, porque he
observado lo siguiente:
Como decía, fui hasta allá ayer por la tarde. Me senté en un banco y, de pronto,
observé a dos jardineros. Con un rastrillo en la mano miraban el letrero de un árbol. Luego se
miraban entre sí y volvían a mirar el letrero. Para no interrumpir sus meditaciones mantenían
el rastrillo completamente inmóvil, de modo que no cabía duda alguna de que esa gente
ilustraba sus magníficos espíritus con el letrero escrito en el idioma del latoso Virgilio. Y el
éxtasis que tal lectura parecía producirles, debía ser infinito, ya que los dos individuos,
completamente quietos como otros tantos Budas a la sombra del árbol de la sabiduría, no
movían el rastrillo ni por broma. Tal hecho me llamó sumamente la atención y decidí continuar
mi observación. Pero, pasó una hora y yo me aburrí. El deliquio de esos pelafustanes
frente al letrero era inmenso. El rastrillo permanecía junto a ellos como si no existiera.
¿Se dan cuenta ustedes ahora de la influencia del botánico latín sobre los espíritus
superiores? Estos hombres en vez de rastrillar la tierra, como era su deber, permanecían de
brazos cruzados en honor a la ciencia, a la naturaleza y al latín. Cuando me fui, di vuelta la
cabeza. Continuaban meditando. Los rastrillos olvidados. No me extrañó de que engordaran.
Y vi numerosa gente entregada a la santa paz de lo verde. Todos meditando en los
letreros latinos que se ofrecen con profusión a la vista del público. Todos tranquilitos,
imperturbables, adormecidos, soleándose como lagartos o cocodrilos y encantados de la vida,
a pesar de que sus aspectos no denuncian millones ni mucho menos. Pero el Señor, bondadoLibrodot so con los hombres de buena voluntad, les dispensa lo que a nosotros nos ha negado: la felicidad. En cambio, esos individuos que podrían tomarse por solemnes vagos, y que puede ser que lo sean, a la sombra de los árboles empollaban su haraganería y florecían en
meditaciones de manera envidiable.
En muchos bancos, estos poltrones, hacen circulo. Y recuerdan a los sapos del campo.
Porque los sapos del campo, cuando se prende la luz y se la deja abandonada, se reúnen en
torno de ella en círculo, y permanecen como conferenciando horas enteras.
Pues en el Botánico ocurre lo mismo. Se ven círculos de vagos cosmopolitas y
silenciosos, mirándose a la cara, en las posiciones más variadas, y sin decir esta boca es mía.
Naturalmente, a la gente le da grima esta vagancia semiorganizada; pero para los que
conocen el misterio de las actitudes humanas, esto no asombra. Esa gente aprende idiomas, se
interesa por las llamadas lenguas muertas y se regocija contemplando los cartelitos de los
árboles.
¿Dónde se reúnen ahora los enamorados? ¿Han perdido el romanticismo? El caso es
que en el Botánico lo que más escasean son las parejas amorosas. Sólo se ve algún
matrimonio proyecto que recrea sus ojos sin perjudicar sus rentas, ya que para distraerse
recorren los senderos solitarios, separados uno de otro medio metro.
En definitiva, no sé si porque era lunes, o porque la gente ha encontrado otros lugares
de distracción, el caso es que el Jardín Botánico ofrece un aspecto de desolación que espanta.
Y lo único noble, son los árboles... los árboles que envejecen apartándose de los hombres
para recoger el cielo entre sus brazos.

1 comentario:

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.