Cada sábado por la mañana un grupo numeroso de pequeños se reunía bajo el techo del comedor San José Obrero en torno a la Biblia. Ellos llegaron hasta ahí simplemente para tomar su primera comunión, sacramento sagrado de la religión católica. Algunos obligados por su familia, otros, que sintieron dentro de sí la necesidad de acercarse a Dios, pero en fin ellos estaban ahí. Semana tras semana los chicos iban llegando al "hogarcito" con más ansias cada vez. Habían conocido nuevos amigos y tenían tres pilares firmes de donde sostenerse, sus catequistas, que les leían la cara cuando estaban tristes y notaban el brillo de sus ojos cuando tenían la necesidad de hablar con ellos, de contarles sus alegrías o fracasos, o simplemente sentirse contenidos. Todos ellos tenían necesidades dentro de su hogar, algunos más que otros.
Pero un caso especial llamó la atención de Rocío, quien era catequista por primera vez, uno de los chicos más grandes, Santiago, era el típico problemático del grupo, el que juzgaba todo y protestaba cada vez que se dictaba una consigna o se le asignaba una tarea. Molestaba a los demás y no dejaba que el encuentro se dé con tranquilidad, era un alborotador y era escuchado por los demás, haciendo perder el tiempo a sus catequistas y el aprendizaje a sus compañeros.
Mariana, la más experimentada de los tres catequistas, propuso realizar "entrevistas personalizadas" a cada uno de los niños para conocerlos mejor y entender sus actitudes. El primero fue, por supuesto, Santiago. Rocío, con toda su ternura explicó a Mariana la necesidad de ser ella la que lo entrevistara, ya que había notado cierto disgusto entre ambos. Fue así que preparó una serie de preguntas, entre ellas con quién vivía.
Llegado el sábado Rocío llamó a Santiago fuera del salón de clases, le explico lo que iban a hacer y preguntó si estaba de acuerdo. El niño, algo confundido y dubitativo contesto con timidez que sí. Se sentaron en una pequeña escalera en el patio, comenzó preguntándole cuestiones básicas, como le iba en la escuela, cuantos hermanos tenía, cómo se llevaba con ellos, etc. Pero cuando preguntó el nombre de los padres el niño agachó la cabeza con tristeza y con la misma tristeza y vacío en la mirada contestó que su padre había fallecido cuando el era niño y su madre le había dado tres hermanas menores, todas de diferentes padres, y agregó que los sábados y domingos eran los mejores días de la semana, ya que los pasaba con sus abuelos paternos, que le brindaban todo el afecto que su padre no había podido y ahora tenía a sus nuevos amigo allí, cada sábado por la mañana.
Luego de esta charla Santi mejoró su actitud, comenzó a participar y a preocuparse por el trabajo. Antes era escuchado por decir tonterías, ahora era escuchado a la hora de leer, dar una explicación o cuando ayudaba a Rocío a pedir silencio. Forjaron un lazo muy especial. Él la defendía y confiaba firmemente en ella. Ambos crecieron como personas, ambos aprendieron a escuchar y contenerse.
Tuve que cambiar los nobres ya que es una historia real y no quería comprometer a nadie. Espero les guste y sepan interpretar los sentimientos que quiero transmitir con esta crónica. Existen muchas historias de niños como la de "Santi" que afectan a su comportamiento, ya sea por represión de sentimientos o por estar a la defensiva. Solo hay que darles contención...
ResponderEliminarMuy linda historia, Lucía.
ResponderEliminarFaltan algunos acentos, cositas mínimas.
"Forjaron un lazo muy especial. Él la defendía y confiaba firmemente en ella." A veces, dos oraciones cortas dan en el blanco, el rito de lectura sube y la experiencia del lector se hace más placentera.
¡Felicitaciones y gracias por compartir esto!