Pocos saben su verdadero nombre, ya que casi todos la conocen por su apodo. Grande, como pocas. Antigua, como la ciudad misma. Corazón y alma de un barrio entero. La plaza Sarmiento: la vieja y querida…
…Rotonda
Y me acuerdo cuando mi abuelo me decía:
-No sé como los dejan jugar ahí –.
-¿Y a dónde querés que vayamos? – repliqué.
- Y mira querida, cuando nosotros éramos pibes, había un cuidador en la plaza. De por sí, jugar entre todos los rosales que había era un suicidio, y si no eras del barrio, el viejo te corría. ¡Te sacaba! ¿Podés creer? Y nosotros nos íbamos calladitos la boca, sí señor. Si pasara ahora, pobre placero, lo matarían a piedrazos.
Y si, ellos se iban a cualquier baldío. Ahora casi ni quedan terrenos para pelotear un rato. Pero yo me pregunto, ¿nadie se robaba las flores? ¡Si son mas vándalos acá!, pero… animate a robarlas antes!, según mi abuelo, todas las vecinas miraban continuamente, cuidando que no sacaran nada. Y también miraban los juegos. La rotonda estaba llena de hamacas, y todos cuidaban que nadie las rompiera. Ahora ni si quiera nadie la mira a la pobre, es más, ni se te ocurra mirarla, y menos en lejanas horas de la noche! Es prohibido. Es otra vida. Mientras que de día se escuchan a los vecinos y vecinas murmurando e inventando historias de la vida nocturna de la famosa rotonda.
Niños jugando, futbol va, futbol viene.
-¡Goool!.
-¡Eh, no, ‘full’ ahí! –gritó Leandro, mi vecino, que al conocerlo tan bien, se que nunca le gustó perder, ni en las bolitas.
-Goooooooooooooooooooooooooooooooooooool –le gritaba en la cara uno de los chicos del otro barrio, que al parecer, era un maradonita.
-¡Tiempo! –dijo Martín, el gordito que nunca jugaba, por eso ponía la excusa de dirigir el partido, mientras lo único que quería era alentar para el equipo que ganaba y así tomarse la coca que se jugaba. Por lo tanto se puso a chiflar fuerte para imitar un silbato y… ¡Vamos a tomar una coca!
Lea hervía de bronca. Para él, Martín cobró todo para el otro equipo, unos compañeros de la escuela, pero que no eran del barrio. De todas formas Lea perdía, pero no por como cobraba Martín, sino porque su equipo es pésimo. Y fue ahí que me acordé de la conversación que había tenido con mi abuelo aquella vez, y del viejo cuidador de la plaza. Si hubiese existido aún, él no hubiese permitido que los de afuera jugaran, y menos que ganaran, y eso me hizo reír. O pensándolo bien, capaz que a ellos tampoco los dejaban jugar, para cuidar un poco más la plaza. Entonces me puse a pensar, y me quedó dando vueltas la his
…Rotonda
Y me acuerdo cuando mi abuelo me decía:
-No sé como los dejan jugar ahí –.
-¿Y a dónde querés que vayamos? – repliqué.
- Y mira querida, cuando nosotros éramos pibes, había un cuidador en la plaza. De por sí, jugar entre todos los rosales que había era un suicidio, y si no eras del barrio, el viejo te corría. ¡Te sacaba! ¿Podés creer? Y nosotros nos íbamos calladitos la boca, sí señor. Si pasara ahora, pobre placero, lo matarían a piedrazos.
Y si, ellos se iban a cualquier baldío. Ahora casi ni quedan terrenos para pelotear un rato. Pero yo me pregunto, ¿nadie se robaba las flores? ¡Si son mas vándalos acá!, pero… animate a robarlas antes!, según mi abuelo, todas las vecinas miraban continuamente, cuidando que no sacaran nada. Y también miraban los juegos. La rotonda estaba llena de hamacas, y todos cuidaban que nadie las rompiera. Ahora ni si quiera nadie la mira a la pobre, es más, ni se te ocurra mirarla, y menos en lejanas horas de la noche! Es prohibido. Es otra vida. Mientras que de día se escuchan a los vecinos y vecinas murmurando e inventando historias de la vida nocturna de la famosa rotonda.
Niños jugando, futbol va, futbol viene.
-¡Goool!.
-¡Eh, no, ‘full’ ahí! –gritó Leandro, mi vecino, que al conocerlo tan bien, se que nunca le gustó perder, ni en las bolitas.
-Goooooooooooooooooooooooooooooooooooool –le gritaba en la cara uno de los chicos del otro barrio, que al parecer, era un maradonita.
-¡Tiempo! –dijo Martín, el gordito que nunca jugaba, por eso ponía la excusa de dirigir el partido, mientras lo único que quería era alentar para el equipo que ganaba y así tomarse la coca que se jugaba. Por lo tanto se puso a chiflar fuerte para imitar un silbato y… ¡Vamos a tomar una coca!
Lea hervía de bronca. Para él, Martín cobró todo para el otro equipo, unos compañeros de la escuela, pero que no eran del barrio. De todas formas Lea perdía, pero no por como cobraba Martín, sino porque su equipo es pésimo. Y fue ahí que me acordé de la conversación que había tenido con mi abuelo aquella vez, y del viejo cuidador de la plaza. Si hubiese existido aún, él no hubiese permitido que los de afuera jugaran, y menos que ganaran, y eso me hizo reír. O pensándolo bien, capaz que a ellos tampoco los dejaban jugar, para cuidar un poco más la plaza. Entonces me puse a pensar, y me quedó dando vueltas la his
toria esa de los rosales y los juegos. Sobre todo, viendo lo que había ahora. Juegos: algunos pedazos de hamacas, y los sube y baja, eternos. Un mástil: nunca se izó, porque nunca tuvo bandera. Rosas: ni una espina. Para Leandro, el gordito, el que juega bien, el que juega mal, pepito, o quien sea, mucho mejor así. ¡Menos peligros y más lugar para jugar a la pelota!
Entre todos, revisaron sus bolsillos e hicieron una vaquita con las monedas que tenían. Perfecto. Alcanzaba para comprar una coca y unos cuantos paquetes semillitas de girasol en Pinocho, uno de los kioscos rondantes a la plaza.
-Ojalá nunca vuelva el placero –digo entonces pensando en ellos.
Uno puede verle el sentido positivo a las cosas, y más a una vieja plaza, la cual abandonada como está… los niños nunca dejaron de pasearse en ella. Ellos le dan ese hermoso espíritu que lleva. El de saber que siempre pero siempre, esta viejita, terminará cuando los niños se terminen.
Entre todos, revisaron sus bolsillos e hicieron una vaquita con las monedas que tenían. Perfecto. Alcanzaba para comprar una coca y unos cuantos paquetes semillitas de girasol en Pinocho, uno de los kioscos rondantes a la plaza.
-Ojalá nunca vuelva el placero –digo entonces pensando en ellos.
Uno puede verle el sentido positivo a las cosas, y más a una vieja plaza, la cual abandonada como está… los niños nunca dejaron de pasearse en ella. Ellos le dan ese hermoso espíritu que lleva. El de saber que siempre pero siempre, esta viejita, terminará cuando los niños se terminen.
¡Excelente, Lucía!
ResponderEliminarPor unos momentos, volví a jugar a la pelota en la plaza de la rotonda... Me gustan las fotos, también. Felicitaciones.
Las fotos también las saqué yo. Me alegro que le guste.
ResponderEliminarLas fotos en sepia y blanco y negro le dan un dejo de nostalgia... muy lindas!!! Me encanta como la escribiste, mas que nada que recuerdes lo que te contaba tu abuelo. Es muy importante tener presentes esas historias porque forman parte de lo que uno es. Felicitaciones!!!
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